domingo, 28 de febrero de 2010

¡Oh proceloso! ¡Oh mar!

El cielo ardía al caer el atardecer. El mar había enclarecido en una tonalidad verdosa que contrastaba con los diversos azules del cielo y a lo lejos, un anaranjado ardiente que luego derivó a un rosa fugaz.
La blanca espuma en las orillas del proceloso revoloteaba como un pedacito de nube a causa de la ventolina por la húmeda arena. El viento frío azotaba desde el mar con un dejo salado en el aire.
El muelle se divisaba a lo lejos pero de a poco se acercaba haciéndose cada vez más grande.
Nos preguntábamos por qué nadie había llamado en busca de nuestro paradero mientras observábamos el mar en vuelta al descanso, en busca del lecho.
El aire marítimo, natural y sencillo construía una paz en el andar, despejando la mente, limpiando impurezas.
¿Qué sería de nosotros si viviéramos acá? ¿Acaso sentiríamos esta pureza de aire si la misma fuera permanente?

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