martes, 16 de marzo de 2010

En mis sueños


20/2/10: Sueño: Las dos vidas
Primera y errónea vida: Me encontraba aparentemente en mi hogar en plena noche cerrada, no podía dormir a causa de una fiesta que se celebraba en la casa contigua. Me acerco para ver qué hacían y parecía una fiesta normal con un dejo de rareza que se sentía en el aire. En un abrir y cerrar de ojos la rareza comenzaba a notarse cuando la magia macumbé había tomado las mentes de los invitados. En ese preciso instante fue cuando comencé a huir de ese lugar pero desgraciadamente un hombre blanco algo gordo y de cara redonda y bajito me había visto.
Esa noche no pude dormir del todo tranquila. A la mañana siguiente me encontraba en el cine mirando una película de zombis bastante impresionante a decir verdad. En la salida del cine aparece el mismo señor blanco de cara redonda quien me empieza a hablar influyéndome a que me una a su grupo (debería ser el mismo de la fiesta de anoche y, de hecho, lo era). Algún impulso extraño me lleva a unirme a ese grupo al cual siempre noté muy extraño.
Todo iba bien hasta que advertí quiénes era y qué hacían. Me quise escapar pero ya era tarde: lograrían convertirme en zombi como ellos. Entonces comienza la persecución.
Puedo utilizar el poder del vuelo pero no en demasía de modo que escapar a pie podría ser un tanto más rápido, así que la escapada se daría de esas dos formas.
La persecución continúa sin hacerse más amena, de hecho, se acrecentaba cada vez más hasta llegar a un bosque donde en sus profundidades se encontraba una casa que por dentro era blanca y luminosa pero con un dejo lúgubre.
Hacía rato ya que mis persecutores no se encontraban a simple vista, de modo que pensaba que los había perdido. ¡Pero no! Ellos estaban exactamente en la misma casa con un plan diseñado exclusivamente para eliminarme.
En los recónditos lugares de aquella casa se encontraban cada uno de los integrantes del grupo (que admito que eran unos cuantos) con dos armas blancas, preferentemente cuchillas, dispuestas a aniquilarme para luego convertirme en zombi. Pude escapar bastante bien recibiendo algún que otro rasguño pero evitando las gotas de sangre a pesar de que cada uno de los negociadores de la muerte se encontraban en lugares estratégicos y bien escondidos de modo que siempre me agarraban de sorpresa sin poder ahuyentar los problemas.
Al final atravieso una cocina ya muy confiada mientras abría la puerta y se encontraba el integrante más matón de todos con dos cuchillas y un cartel que no recuerdo exactamente qué decía pero indicaba que ese era el final de mi andar. Toda esta descripción la puedo hacer de un vistazo de pocos segundos porque al instante, ya sin fuerzas para defenderme, siento el terrible dolor y ardor que ocasiona un corte profundo en la mano y el que inmovilizaba: un corte profundo en la pierna. Ya espantada por todo lo ocurrido, me limito a empujarlo y correr a más no poder con todos los dolores, rasguños y ardores que atacaban a mi ya cansado cuerpo llegando al patio de aquella mortífera casa cuando solamente observo y apenas siento en mi cuerpo como aparece mi imagen enfrentándose a la llamada de la muerto y a los ex colegas de un grupo maldito quienes me rodeaban dispuestos todos y cada uno de ellos a matarme cuando el último matón me corta a la mitad convirtiendo así cada mitad en un zombi que ningún parecido tenía conmigo y ya los negociadores de la muerte se habían convertido en zombis grises también. Esas imágenes por suerte las pude simplemente ver y apenas sentir pero eso no significaba que no me hubiera ocurrido [De hecho era mi espíritu muerto quien relataba todas estas historias…]
Segunda vida mortificada: Me volvía a encontrar en el cine, esta vez completamente sola volviendo a ver la misma terrible película de zombis pero consciente de todo lo que me podría pasar en las consiguientes horas y proponiéndome a mí misma cambiar todos los hechos sabiendo que se me había dado la oportunidad de vivir una segunda vida proponiéndome la misma complicada situación. Al salir del cine ya sabía hasta a quién iba a ver: allí se encontraba en la calle de en frente el señor blanco, gordo, bajito y su cabeza redondeada esperándome para la propuesta que llevaría a mi muerte. Su mirada parecía que sabía muy bien qué tendría que hacer, incluso reflejaba también que sabía todo lo que había pasado en mi anterior vida con el propósito de repetir el dolor de mi muerte sin la posibilidad de volver a vivir por enésima vez la misma vida para evadir tales acontecimientos.
Entonces, luego de aquellos pensamientos me decidí a salir del cine. Allí estaba el señor de cara redonda esperándome y como lo ignoro me empieza a seguir. Se acercaba a pasos acelerados de modo que empiezo a correr cuando por fortuna aparece una chica que era mi amiga y nos dirigimos tranquilamente a su casa cuando ya (al cambiar la disposición de los hechos) había perdido la vista del negociador de las muertes…

sábado, 6 de marzo de 2010

Cavilaciones


Son esos días en los que me detengo a pensar en los acontecimientos pasados; y ese día es hoy, aquí, en este momento, sintiendo el roce de la lapicera con la hoja de papel, en medio de tanto silencio y quietud.

Me detengo cavilando ahora si en que mis situaciones normales fueron dadas para que sean siempre así. A la mínima de cambio en este tipo de tesitura, el miedo se apodera de mí soberanamente. No deseo considerarme un "lobo estepario" pero admito que tengo y tuve muchas de sus características, la soledad tan sombría y a veces placentera, sentirse fuera de este mundo y parte de otro totalmente diferente, espiritual y sensible.

Espero mucho más de lo que tengo y no puedo soportar la triste situación de mi propia cotidianeidad, pero una vez que aquello cambió no resultó ser lo que pensaba, aunque fuese sólo unos pequeños y cálidos momentos, no puedo dejar de pensar en que quizás dentro de la cotidianeidad todo estuviese mejo. Dejar de tratar de cambiar mi situación a toda costa y vivir la vida que tengo ahora en estos instantes, escribiendo y leyendo sin esperar una única cosa pero añorando muchas otras, y dejar que el tiempo, el destino, el azar o quien sea decida qué cambios hacer y cómo hacerlos. Dejar el fluir el tiempo como dejo que el oleaje del mar me lleve en una plácida cama de pequeñas y reconfortantes olas.

El destino es un medio que ataña a muchas personas, pero no quiero ser parte de la multitud de siempre y olvidarme por completo de ese miedo, tengo muchos otros por los cuales fria y calculadamente preocuparme; otra vez iré contra la corriente, aunque para ello haya que bracear con ganas.

Llegó la hora, pues, de salir del ostracismo.